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La catarsis de la opera

7-02-2009 | Por | Categoría: Artículo en Portada, Artículos Seleccionados, Cultura, Educación, Psicología

Una gran interpretación del fenómeno de la tragedia griega fue la elaborada por Nietzsche en un célebre volumen muy influido por Schopenhauer, titulado precisamente “El origen de la tragedia”. En esta obra, perteneciente a la primera época de Nietzsche, rebosante de romanticismo a la Wagner, Nietzsche planteó una lectura global del fenómeno griego a partir del acontecimiento de la tragedia y su significado profundo para el intelecto ático, y por lo consiguiente para toda la historia de nuestra cultura occidental.

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La catarsis griega

En su perspectiva, este enorme filósofo alemán oponía a la figura del dios Apolo, contemplado como el dios de la luz, de las apariencias, de las bellas formas y de la razón; al irracional Dionisos, deidad del desenfreno, de lo instintivo, de la voluntad libre del ser. Para Nietzsche la tragedia conciliaba durante un instante supremo, lo que duraba el espectáculo casi iniciático de las representaciones trágicas en las polis antiguas, a estos dos referentes, y las personas podían desahogar (catarsis) su furia y su temor en la carga emocional que le adscribían a cada personaje de acuerdo al dios que le correspondía. Casi siempre los héroes o heroínas eran apolíneos, por pugnar a favor de una individualidad indeclinable, más sin embargo, al final, frecuentemente el sino dionisiaco de la trágico derrumbaba con la esperanza de triunfo del protagonista, abrumándolo con la voluntariosa fuerza de su ser.

La opera y la sabiduría

Hoy en día sucede algo similar con la opera, en donde la música juega un papel preponderante y parece llevar la carga simbólica de lo dionisiaco, que ya vimos como se manifestaba en la Grecia antigua. Los protagonistas, tenores, sopranos y barítonos no son sino apariencias de Apolo tratando de hacerse oír, humanamente, entre el océano de divinidad y su sed de tragedia. El final de las óperas pareciera ser el punto catártico por antonomasia, pues es el momento en el que toda la carga emocional y afectiva del público generada por la trama y los personajes, eclosiona al ritmo de la música, para llevarnos a un éxtasis de arte y de sublimidad. Lo más asombroso es que sabemos que todo es ilusión, y que al final tanto Apolo, como Dionisos son más que máscaras de algo indecible, como las utilizadas por los personajes del pintor James Ensor, que ilustra muy bien lo que buscamos comunicarles en este comentario. Pero, si bien todo es una ilusión en la opera, también el mundo exterior lo es: habitamos en un espacio, en cual todos somos los personajes de una puesta en escena de meras apariencias y convenciones, en donde hay algo, o alguien, que no usa máscara, que no es un personaje como todos y que está motivando toda la puesta en escena, sin embargo, hasta el final, nunca sabremos donde está ni qué o quién es. Cuando baje el telón solo nos quedará agradecer, y el silencio.

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